Opinión

Violencia estructural

Por Susi Pola

En noviembre, mes dedicado a promover la eliminación de la violencia basada en el género contra las mujeres, la reflexión sobre el patriarcado económico como base de estas violencias, es necesaria para tratar de determinar qué cosas la originan.

De acuerdo a Johan Galtung, pacifista e investigador de origen noruego ampliamente reconocido, la peor de todas las violencias sociales es la violencia estructural que, junto con la violencia cultural o simbólica, él ubica en la base del triángulo figurativo de la violencia.

El triángulo de Galtung, además, diferencia las violencias visibles de las invisibles, a las que llama también “latentes”, están en la base del triángulo y son las estructurales y culturales. En el vértice superior y visible, ubica la violencia directa, referida a los resultados que vemos de las violencias más conocidas que vemos en la cotidianidad, reseñada en las noticias, como la delincuencial descubierta, los golpes y heridas que dejan marcas visibles, violencia evidente, mostrada, que, dice Galtung, no es la peor ni la más grande.

Para el pacifista noruego, la peor de las tres violencias es la estructural originada por todo un conjunto de estructuras, tanto físicas como organizativas, que no permiten la satisfacción de las necesidades humanas básicas de las personas, como la supervivencia, el bienestar, la identidad, la libertad, y más. Para él, el origen de todas las violencias.

En nuestro país, de acuerdo con el Boletín de Estadísticas de Pobreza Monetaria, publicado en abril del presente año por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, para el 2021, las tasas de pobreza monetaria no tuvieron cambios estadísticamente significativos con respecto a 2020, pasando de 3.51% a 3.06%, y la de pobreza general, de 23.36% a 23.85%, siendo siempre mayor las de las mujeres.

Tomando, como ejemplo, la pobreza como el espacio de verificación visible de las desigualdades estructurales que producen violencias, se podría evidenciar una fuente importante de generación de violencias sociales. Pero en cifras de detalle, encontraríamos que, en nuestra realidad, la estructura socio cultural, sólidamente consolidada, es discriminadoramente desigual e inequitativa.

Entonces, en República Dominicana, esta violencia estructural fundamentada, defendida y practicada como un valor social normalizado, mantenida y realizando las expectativas de solo una parte menor de la sociedad, no permite frenar las violencias contra las mujeres, institucionalizada y validada por el simbolismo cultural.

Nos encontramos ante un grave problema a resolver que no es de infraestructuras físicas, ni se arregla con politiquería. Se trata de romper esa estructura malvada para la mayoría.

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