
Sería el año 66 o 67 “…aquella tarde en que…” mi tía Daisy nos “…llevó a conocer el hielo…”: primera vez que vi ballet.
Entre las chicas que bailaban vestidas de azul, “encaramadas en la puntica” de sus zapatos color de rosa, resaltaba una. Maravillada, le digo a “Daisita: “mira esa: como se dobla pa atrás, qué linda” y mi prima, con toda propiedad, replica: “¡Sí, pero no tienen costillas! ¿tú no ves? Se operan pa sacárselas”. Ahí mismo juré que nunca bailaría ballet. “Muchos años después, frente al…” monitor de mi laptop, me encuentro con aquella chica en la misma pose: Miriam Bello.
Bailé ballet, fui su compañera en el BCN y en el 88, ella directora y yo desempleada, me rescató de vuelta a la institución, tras una intentona de compañía “privada” cuyo estreno ganó hasta “Casandras” pero ¡Oh, subdesarrollo!, no llegó ni al año … (¡Dios!, cómo odio caer en el: “yo era, tú fuiste, él logró, nosotros hicimos”. Me gusta pensar: “de ahora en lo adelante.”
Hablar de su pasado, huelga (sería aburridísimo aquí el currículum enorme, con retahíla de títulos superiores), para saber de qué está hecha la mujer que ha “mandao pal caraj…” al “qué dirán” y se ha subido al escenario del ENCUENTRO DE DANZA CONTEMPORÁNEA 2021, desnuda de las destrezas corporales que la hicieron “prima ballerina”.
Lorraine Díaz Bello, la coreógrafa, ha creado para su mamá una performance que trata de LA artista y su trascendencia: el cisne que muere, pero resucita en una mujer que se va despojando de ropajes y descalza, va peleando batallas hasta reencontrarse en un lienzo. posado sobre el caballete.
Esta pieza es una joya y es que, como todo buen arte, su discurso viene de la pura verdad: el tránsito de VIDA de esta guerrera espiritual: talentosa, optimista, resiliente…ETERNA.