
Sangre, sudor, pero muy pocas lágrimas. Si acaso algunas de alegría. Tras un partido peleado, aguerrido y agónico, los Denver Nuggets cerraron las Finales y se garantizaron el primer anillo de su historia. 47 años después, su nombre ya está en la lista de campeones de la NBA.
No entrará por cuarta vez el de los Heat, que se quedaron a las puertas de la mayor sorpresa de la historia pero que murieron con la cabeza muy alta, más que de lo que nadie podía esperar tras los dos partidos en Miami. Plantearon un encuentro físico y muy cerrado y en el que tuvieron respuesta para todo, llevándolo todo al clutch y a la zona no apta para cardiacos. Pero ahí, los Nuggets también fueron mejores.
El bajo marcador resulta aún más sorprendente teniendo en cuenta el ritmo al que se jugó el duelo, que fue un absoluto no parar en el que el desacierto y la agresividad de las defensas se impusieron a todo lo demás. Cada balón suelto era una batalla, cada intento de penetración un choque, cada canasta un triunfo.
Nos cuesta pensar en estos Nuggets como un equipo defensivo, pero es sin duda la mitad de la cancha en el que más han brillado en estas Finales. El acierto exterior ha sido intermitente, las aportaciones de los secundarios han sido puntuales y se podría decir que no han alcanzado la excelencia en ataque en toda la serie. Pero nunca han bajado el listón atrás. Y hoy, cuando Miami decidió que este partido se iba a ganar metiendo manos, tirándose al suelo y muriendo en cada rebote, aceptaron el reto.
Caldwaell-Pope y Aaron Gordon se pegaron a cada atacante de los Heat y negaron cualquier posibilidad de creación, Michael Porter Jr. ofreció un apoyo fundamental en el rebote, y Jokic, tan criticado en esta faceta, cerró unos playoffs en los que, con sus limitaciones, ha estado brillante generando pérdidas por su capacidad para anticipar pases o robar el balón de las manos de los penetradores. Miami se quedó en 38 puntos en toda la segunda parte, y vivió tramos de verdadero atasco, de verdadero infierno para generar cualquier tipo de jugada.
Todo esto no quita sin embargo ni un ápice de mérito a su postemporada ni a la de unos Heat que han hecho historia. A la de un Erik Spoelstra que se ha vuelto a doctorar con una masterclass de optimización de plantilla. A la de un Kyle Lowry que, a la hora de la verdad, ha sacado todos los recursos aprendidos en sus 37 años para mantener con vida al equipo durante muchos minutos en una actuación titánica que no reflejará el box score. Y a una plantilla que, con sus altos y bajos, ha llegado más lejos de lo que el resto intentamos dejarles creer. A todos ellos hay que dar la enhorabuena.