
En las calles de Santo Domingo, se ha vuelto habitual ver a niños que, en lugar de asistir a la escuela, se ven obligados a sobrevivir vendiendo productos o pidiendo dinero. Desde tempranas horas de la mañana, estos niños salen de sus casas, muchas veces sin desayunar y con ropa sucia, para enfrentar una dura realidad.
Juan, un niño de 11 años, es uno de ellos. Desde los nueve años vende paletas en un parque de diversiones para ayudar a su madre, quien tiene ambas piernas amputadas. Aunque su padre trabaja en la construcción, no vive con ellos ni colabora económicamente. A pesar de sus circunstancias, Juan sigue estudiando y sueña con ser médico para ayudar a los demás.
Pedro y José, dos primos de 10 y 12 años, también luchan por sobrevivir. Tras la muerte de los padres de José, ambos se trasladan diariamente desde Guaricanos a las estaciones del Metro de Santo Domingo para vender chocolates y mentas. Con los 700 pesos que ganan al día, ayudan a su tía con los gastos del hogar. Aunque su realidad es dura, ambos mantienen la esperanza de dejar la venta callejera y seguir estudiando.
Por otro lado, Jorge, un niño de ascendencia haitiana, se encuentra en una situación aún más precaria. Sus padres viven en Neiba, pero él ha elegido quedarse en la ciudad, donde sobrevive cuidando vehículos en los estacionamientos de restaurantes. Vive en una cueva, y aunque estudia en Neiba, sufre la violencia policial y la falta de recursos, lo que lo mantiene en un ciclo de pobreza y marginalización.
Estas historias reflejan la cruda realidad de muchos niños en República Dominicana, quienes, a pesar de su difícil situación, siguen soñando con un futuro mejor.