
La experiencia no se improvisa, Hace 31 años, el inigualable Rodolfo Páez, conocido como «Fito», nos regalaba su obra maestra, «El amor después del amor», el álbum más vendido en la historia de la música argentina. Y el pasado sábado, unos afortunados 1700 fieles tuvieron el privilegio de ser testigos de un acontecimiento musical sin igual.
Sin embargo, el público dejó que desear. A pesar de estar frente a un maestro como Fito Paez, hubo algunos que se desviaron por los pasillos, absortos en sus celulares, y que no pudieron comprender la magnitud del evento ni la energía que requería un artista de su talla.
Pero eso no nubló la brillantez de Fito con su micrófono, irradiando amor canción tras canción, compartiendo su vida a través de sus letras, y en medio de una escenografía de ensueño con luces perfectamente coordinadas. Y, su banda al fondo pero bien afinada y conectada, respaldando al gran maestro.
Fito es la estrella indiscutible, pero jamás abandona a sus músicos. Los jóvenes músicos del viento, los veteranos maestros de las cuerdas, y esa segunda voz que nos puso la piel de gallina, lograron una sinergia musical que solo los entendidos supieron valorar.
Y no se calló Fito, en pleno concierto le habló a los jóvenes y la música de hoy, cuestionando cómo las nuevas generaciones se enredan en el reguetón y se olvidan de lo que es la música de verdad. Rindió tributo a los grandes, a sus «hermanos mayores» como Charly García, Luis Alberto Spinetta y los Beatles.
«¿Mucho reguetón aquí, eh?», soltó Fito en medio del jolgorio. A pesar de la falta de fuerza y las críticas veladas, el argentino nos llenó de alegría con un concierto que se extendió por más de dos horas.
El show comenzó ardiendo con «El amor después del amor», un escenario rojo y grandes letras iluminadas. A sus 60 años, Fito se movió como pez en el agua, alternando entre el piano, parado, animando al público a cantar, aplaudir y corear con fervor sus canciones.
Y las joyas continuaron: «Dos días en la vida», «La Verónica», «Tráfico por Katmandú», «Pétalo de sal» y «Sasha, Sissí y el Círculo de Baba» nos regalaron interpretaciones brillantes, cada una con su propio juego de luces y escenografía única.
Pero fue a partir de «Un vestido y un amor», «Tumbas de la Gloria» y «La rueda mágica» cuando la audiencia se soltó la melena y cantó con todo, porque eran los clásicos del álbum que todos conocían. Eso dejó a Fito parcialmente complacido.
Un poco después, Fito nos invitó a crear constelaciones con nuestros celulares mientras tocaba «Brillante sobre el mic», uno de los momentos culminantes, que desembocó en «A rodar mi vida», un final efímero.
Tras una pausa de siete minutos, Fito resurgió con un traje azul fresco y nuevos temas fuera del álbum. Comenzó con una introducción orquestal en piano y otros instrumentos que levantó a la multitud con «Ciudad de Pobres Corazones», una canción de crítica social que hizo vibrar al público con los solos de guitarra y el espíritu del rock.
Luego, con un tono más suave, Fito nos cautivó con «11 & 6», una canción aclamada durante toda la noche.
Parecía que había llegado a su fin, pero Fito nos sorprendió con «Circo Beat», «Dar es dar» y, finalmente, el hit que nos hizo saltar a todos: «Mariposa Tecknicolor».
Fito presentó a su orquesta, agradeció, mandó besos y señales de cariño durante más de 5 minutos. Pero la insistencia de la audiencia nos regaló una última sorpresa.
Cuando pensábamos que había terminado, Fito y su banda regresaron al escenario para cerrar la noche con broche de oro, interpretando «Y Dale alegría a mi corazón». Fue una noche llena de amor, buena música y la reafirmación de que Fito Páez sigue siendo una leyenda de la música.