
En el actual panorama mediático, los medios de comunicación enfrentan un desafío complejo: la lucha entre informar con veracidad o caer en la manipulación para ganar audiencia. Esta problemática se ha exacerbado con la competencia de las redes sociales, donde la línea entre la información veraz y las noticias falsas se ha desdibujado.
El uso de los medios para promover figuras que no necesariamente aportan valor a la sociedad, conocidos como falsos líderes, ha crecido, alimentando una cultura de desinformación y morbo. Estos «influencers» muchas veces utilizan estrategias cuestionables, como la intromisión en la vida privada, el uso de lenguaje vulgar, y la creación de títulos sensacionalistas que atraen clics pero carecen de sustancia.
La credibilidad de los medios tradicionales también se ve amenazada al adoptar prácticas que anteriormente se limitaban a las redes sociales, como la difusión de noticias incompletas o sesgadas. Esta tendencia pone en riesgo la confianza pública en la información que se difunde, creando un ambiente donde la desconfianza y la confusión son comunes.
Para contrarrestar esta situación, se sugiere la necesidad de establecer normas éticas en la comunicación, así como reconocer y premiar a quienes realmente ejercen una influencia positiva en la sociedad. Sin embargo, cualquier intento de regulación debe evitar caer en la censura o la superficialidad, enfocándose en fortalecer los valores y la ética en la práctica comunicacional.