
Las nuevas políticas comerciales del presidente Donald Trump han puesto en alerta a la industria cinematográfica estadounidense. Tras excluir inicialmente al cine de su paquete de aranceles, el mandatario cambió de tono al declarar que Hollywood es una “amenaza para la seguridad nacional” por la fuga de producciones al extranjero, lo que podría provocar un remezón geopolítico y económico en el corazón del poder cultural de Estados Unidos. Esta postura abre un espacio inesperado para la industria cinematográfica latinoamericana, que ya cuenta con infraestructura competitiva, talento local y crecientes incentivos fiscales.
Países como México, Argentina, Colombia y República Dominicana se perfilan como alternativas atractivas para los grandes estudios que buscan reducir costos o evitar nuevas restricciones fiscales en EE.UU. En el caso dominicano, el crecimiento del sector audiovisual es evidente: estudios de clase mundial, festivales en expansión y presencia en plataformas internacionales muestran el potencial del país no solo como locación, sino como centro creativo regional. El reto está en evitar convertirse en una simple plataforma de servicios y, en cambio, consolidar una industria con identidad propia y sostenibilidad a largo plazo.
Si Hollywood entra en declive parcial o enfrenta nuevas barreras, el poder narrativo global podría comenzar a descentralizarse. El momento actual representa una coyuntura decisiva para que América Latina pase de ser escenario a convertirse en protagonista. Para la República Dominicana, el reto es claro: seguir atrayendo inversiones sin perder de vista la formación del talento local, la protección de su cine nacional y la exportación de historias que reflejen su diversidad cultural.