
En San Cristóbal, a dos meses de la explosión que dejó un trágico saldo de 39 fallecidos, la comunidad sigue lidiando con traumas y esperanzas. Las secuelas emocionales de aquel fatídico día persisten, afectando la tranquilidad de quienes vivieron de cerca los estragos del incidente.
La zona donde ocurrió la explosión, ahora un terreno desolado que pronto albergará un estacionamiento, guarda historias de sueños truncados y vidas afectadas. Las expresiones de apoyo y solidaridad son evidentes, y queda claro que el dolor ajeno ha unido a la comunidad en un esfuerzo por superar la tragedia.
La tragedia dejó profundas cicatrices emocionales en la población, incluyendo a Mirquis y Fiordaliza Toledo, primas que vivieron el impacto de cerca. Ambas narran cómo incluso un simple trueno o el sonido de un objeto cayendo les genera ansiedad. Los traumas persisten, y el miedo a repetir la experiencia es una sombra constante en sus vidas.
Muchos negocios se están preparando para reabrir sus puertas, pero las pérdidas son significativas. Mientras algunos esperan volver al trabajo, otros se quejan de la falta de apoyo. Las promesas incumplidas por parte del gobierno generan frustración, y la ayuda recibida no ha sido suficiente para mitigar las pérdidas económicas y emocionales.
A dos meses de la tragedia, los negocios en la zona carecen de suministro eléctrico, lo que complica la reanudación de sus actividades. La comunidad enfrenta dificultades para restablecer la normalidad, y las quejas sobre la lenta respuesta y el insuficiente apoyo gubernamental son comunes.
La gobernadora de San Cristóbal, Pura Casilla, asegura que se han brindado alimentos, limpiado la zona, instalado ventanas y entregado los 20 mil pesos prometidos a las familias afectadas hasta diciembre. Además, se están gestionando pensiones, empleos y becas para brindar apoyo a largo plazo.